jueves, 29 de diciembre de 2011

Defensores de Dios!

Escuché un comentario muy interesante: “Dios no necesita que nadie lo defienda, él puede hacerlo solito”… Así es, sin embargo, muchos nos adjudicamos la ardua labor de mártires defensores de Dios. Nos involucramos en discusiones sin fin con "incrédulos" o con "cristianos light", tratando de defender su existencia por medios racionales y evidencias científicas.

Si bien, me parece emotivo e interesante cuando los científicos verifican ciertos datos bíblicos a través de sus investigaciones, no me parece que esa sea la razón de ser de nuestra fe.

Lo mismo sucede con la Biblia, libro amado. Nos consideramos defensores de su infalibilidad, una y otra vez discutimos con los que encuentran “errores”…

No hay peor ciego que el que no quiere ver” La Biblia no es infalible, no es inerrante. Es absurdo defender lo indefendible, y además gastar tiempo y energía en esta labor. Errores de tipo histórico (fechas, nombres, datos en general, porque la Biblia no es un libro histórico tal como entendemos esta ciencia hoy), errores de tipo científico (no es un paper, hay errores tales como la creencia en que la tierra es redonda), contradicciones de tipo teológico (como Isaías responde a la teología de Esdras, el Dios que pide eliminar a los enemigos, y el Dios-hombre que exige amarlos, etc). Es absurdo hoy defender que el planeta fue creado en siete días.

Si no comprendemos que la Biblia se escribió por personas, en diferentes géneros literarios, algunos propios de la época y cultura y que hoy nos resultan muchas veces absurdos e incomprensibles (que se omitiera el derecho de autor, que se usara el nombre de otro para escribir, el lenguaje apocalíptico, que muchas profecías fueran escritas post ya sucedidos los hechos), entonces caemos en una divinización de aquello que fue el instrumento de Dios para los hombres y mujeres.

¿Qué es más importante? ¿Las personas o la Palabra de Dios? Muchos exclamarían: la palabra de Dios por supuesto, ella es perfecta, divina. Sin embargo, la Palabra de Dios fue escrita a causa de las personas, y no las personas creadas a causa de la Biblia.

La Biblia es un libro de fe, y no de doctrinas. Entendemos que ella no fue dictada desde el cielo como un manual para vivir con las respuestas a todas las interrogantes, cual enciclopedia de la vida, sino que fue inspirada.

Y como libro de fe, denota proceso, transformación, conversión del pueblo y de los autores. Lo que en un momento creyeron acerca de Dios, luego es mutado y se dan cuenta que Dios no es así (por ejemplo: Dios habita en el templo, en su santuario, en el Arca, en Jerusalén. Y luego, cuando el pueblo es deportado y por tanto ya Dios no iría con ellos –según su teología-, Ezequiel les dice que Dios habita en todas partes, él va con su pueblo, no los ha dejado)

La Biblia no cuenta solo la parte bonita, no intenta ocultar los episodios más terribles, como leemos en Jueces por ejemplo, el desnucamiento, el padre que mata a su hija por una promesa hecha a Dios (¿cuál es la moraleja? ¿Cumple las promesas hechas a Dios, sea cual sea el precio?, ¿No te apresures a hablar como estúpido llevado por la emoción, no sea que cometas un error aun peor?)

Dios no necesita que lo defendamos ni que defendamos la “validez”, perfección (de hecho creo que como occidentales tenemos una fijación con la perfección. Cuando Jesús y luego Pablo hablan de ella, se refieren más a “completud, totalidad” más que “perfección-sin errores”, pueden parecer sinónimos, pero no lo son) de su existencia y de su Palabra. Dios desea que vivamos una relación viva con él, de transformación constante, de conversión.

Dios desea que defendamos a quienes él defiende. Que luchemos por lo que él lucha, las personas. ¿Qué ama más Dios? ¿Su Palabra, o a las personas para las cuales las reveló? Ahí está nuestra misión.

Si no aprendemos a abrir la mente, el corazón a la revelación transformadora de Dios, seguiremos dándonos vuelta en los mismos temas, la misma “sana doctrina”, sin crecer (en todo sentido de la palabra), sin madurar. La Biblia no transforma a nadie por sí misma. Lo hace el Espíritu Santo a través de ella, e incluso sin ella (porque Dios trasciende nuestros pobres deseos de encuadrarlo.
La Biblia inspira, guía, no esclaviza...

Jesús lo deja claro en Marcos 2.23-28. El quebrantó las santas leyes dadas por Dios (un completo hereje) en el AT, tal como hizo David. “El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (Mc 2.27).

Si Jesús creía firmemente que debía cumplirse toda palabra del AT, ¿Por qué salva a la mujer que debía ser apedreada por adúltera? ¿por qué no cumple la ley?. No desprecia las Escrituras, las valora, pero las pesa en su propio contexto, en su propia realidad, y pone a la persona y su necesidad por sobre las leyes, por muy santas que sean (como en su diálogo con el leproso).

Hay cosas más importantes en la vida que dedicarnos a defender a Dios. Unámonos a su sueño llamado Reino de Dios, en vez de ser sus abogados.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Menos yoes, más túes

Hoy, revisando facebook, email y recordando conversaciones, me di cuenta que todas tienen una misma palabra que se repite: yo!

Se entiende cuando decimos que vivimos en una sociedad individualista, marcada por los intereses egoístas, por el beneficio propio, y por el intercambio relacional (que muchas veces dista de ser una relación verdadera)

Y en lenguaje “cristianizado”… las canciones repiten una y otra vez, yo soy, yo quiero, yo anhelo, yo necesito… a mí, para mí… me…

Está bien, por supuesto que hay áreas en el ser humano profundamente personales (y ojo, no individualistamente individuales, “personal” de persona en su integralidad), donde solamente Dios puede trabajar. Sin embargo, parece que el discurso cristiano se basa en el YO.

Hace poco vi un afiche invitando a un campamento juvenil, llamado Yo Soy: yo soy sacerdote, yo soy hijo, yo soy rey… parece que olvidamos al que dijo: Yo soy el que Soy.

No es negativo, al contrario, reafirmar la identidad propia, pero a costa de qué… yo soy esto, porque no soy esto, dejando fuera inmediatamente un conjunto de posibles yoes, y lamentablemente, en la mayoría de los casos, tildándolos de inferiores a mi propio Yo.

Me gustaría ver y oír más túes… conocerte a ti (en el amplio espectro, al Ti tanto como al ti)… por eso me gusta esa canción …Se trata de ti (8)… refleja que el mejor modo de afirmar nuestra identidad (aunque esta frase me incomoda, porque me da la sensación de solidificar de tal modo que no deja espacios para posibles cambios), que olvidamos que nuestra identidad es tal, en relación siempre con otro.

Y no necesariamente con otro negativo (yo soy hijo del rey, los demás pecadores inicuos), sino primeramente en el gran Tú, y entonces, en todos los demás.

Soy quien soy por quien eres tú (ya sea Dios – el principal tú- , amigo, amado, vecino, enemigo).

Esto es doblemente complejo, porque no basta con afirmar la propio autoestima e identidad, sino que es necesariamente un trabajo de a todos. Si aprendiéramos que nuestro verdadero ser solo puede ser honesto y real en una relación con el otro, dejaríamos el yoismo, el egoísmo que nos impide mirar al otro a los ojos y decir: yo soy por quien eres tú, seas como seas, me haces más humano, te hago más humano, y nos volvemos más personas.

Yo soy por quien eres Tú, sin Tú, no sería yo… ¿qué otra “afirmación de identidad” necesitamos?